Para cambiar tu vida por fuera debes cambiar tú por dentro. En el momento en que te dispones a cambiar, es asombroso cómo el universo comienza ayudarte, y te trae lo que necesitas.
«Pensamientos del corazón» (1998), Louise Hay
Voy agotando mi tiempo de vacaciones en Asturias a la par que mis fuerzas van comenzando a mermar, me doy cuenta de lo feliz que me siento aquí. ¿Será el influjo del mar y la montaña en el mismo pack?, seguramente sea que todo el mundo es feliz en vacaciones independientemente del lugar en el que se encuentre.
Mis piernas se sienten cansadas, intente hacer una carrera de 10k y se rieron de mi a los 3 kilómetros. Pero hay que intentarlo y disfrutar. Salgo de Ribadesella por las cuevas del títo Bustillo, llevo años pendiente de entrar en ellas ya que un yacimiento arqueológico impresionante con una cueva espectacular donde se pueden ver pinturas rupestres. Pongo rumbo hacia la montaña, hacia una población llamada Cuevas del agua, a la que solo se puede acceder por una cueva natural increíble y que llevo posponiendo su visita dos años, esta claro que estas vacaciones es para ir cerrando temas pendientes en Asturias, madre mía suena a despedida.
La ascensión para ser Asturias es cómoda, dejo atrás Ardines y me encuentro con la carretera que dice mi track que tengo que seguir cortada. Pregunto a un lugareño y me aconseja una ruta alternativa que me dice que es mucho más bonita, ya me temo yo que voy a sufrir cuestas. Circulo por una carretera con poco tráfico, típica de Asturias rodeado de una vegetación exuberante para las que estamos acostumbrados al marrón seco de terruño. Tras una seria de subes y bajas de los de dos dígitos en el altímetro me encuentro en la boca de entrada de la cuevona y te das cuenta de que esta maravilla es de obligada visita. Impone su entrada, la belleza de su entorno, entro despacio y se siente la humedad, la sensación de amplitud de cerrada, como cuando entras en una catedral y es que la cuevona es un templo natural que visitar, cuidar y dar el valor que se merece. Los disfruto dos veces para no perderme la experiencia recorriendo en cada sentido, disfrutando sus vistas en ambas caras y quedo maravillado.
Feliz tras haber tachado de mi lista la visita a la cuevona, cruzo Cueves y me doy con la dureza de las rutas en Asturias de golpe y sin avisar con un subidón increíble que lo hago a duras penas con el desarrollo de Rosalía. El hormigón rallado de la ruta del monte Moru deja paso a una pista espectacular, las rampas del 13% y 15% se suceden pero el paisaje va ganando enteros, es una subida con vistas y que vistas. Me encanta rodar por estas pistas de bosques solitarios y más en días en los que la niebla le da un toque mágico de misterio, estoy disfrutando mucho más de lo esperado con la ruta y me encanta sorprenderme a mi mismo en este sentido.
La pista termina en una carretera que termina de subir el monte moru con rampas del 21% y el 23% realmente duras. Una vez arriba como siempre todo se ve recompensado por unas vistas increíbles con el mar de fondo. Me encuentro con dos ciclistas que han subido con bicis eléctricas y me miran como los turistas en la semana santa a los que cargan una cruz y los van fustigando con la espalda ensangrentada y su corona de espinas. Algún día escribiré las 50 cuestas de alakan, donde sufrí, donde pené y donde fallecí.
Tras recuperar el pulso y un aliento de vida disfrutando de las vistas, me meto una merecida bajada disfrutando a tope de las espectaculares carreteras de esta zona hasta que se empeñan en que disfrutes su plato típico, la cuestona. Y es que cuando ya piensas en bajada, playa, cerveza te meten una cuesta al 15% y al 16 que piensas ¿ que necesidad? Si el hombre blanco ya invento la tuneladora. Aún así estos pequeños rincones de Asturias son un delicia que merecen la pena de sufrir en bici. Que al fin y al cabo es lo que nos gusta ¿no?.
Hay rutas que no tienen el nombre y la fama de otras, son cortas, intensas y apasionantes. Son como esa edición de bolsillo apta para todas las piernas, pura esencia de ruta asturiana para dejarte en buen sabor de boca y disfrutar de una buena mañana de gravel o MTB, seguro que la disfrutas.
Katherine Pancol en su libro Los ojos amarillos de los cocodrilos nos dejo una gran perla que se puede aplicar a esta ruta. La felicidad está hecha de pequeñas cosas. Siempre se la espera con mayúsculas, pero llega a nosotros de puntillas y puede pasar bajo nuestras narices sin darnos cuenta.
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