«Lo que se puede enseñar no vale gran cosa, lo que vale es lo que tú tienes que aprender.»
Eduardo Chillida
Un aleteo constante me despierta, algo sobre mi cabeza esta girando a modo de ventilador golpeándose con las vigas del techo de madera. Doy la luz y veo que se me ha colado un murciélago sordo o tonto en la habitación, que me cuesta 20 minutos conseguir que salga por la otra venta. Las primeras luces de la mañana despuntan por el horizonte, tengo la suerte de poder disfrutar del amanecer y el atardecer sin moverme de la cama, en una hora hemos acordado levantarnos, ya despierto remoloneo en la cama, la jornada se presenta dura.
Hemos decidido hacer la ruta nº de 2 de las propuestas por la zona zero, Vuelta a la peña montañesa. Tras una parada en Ainsa para desayunar nos acercamos en coche hasta Oncins lugar de salida de la ruta y si esta es tan espectacular como la carretera de subida hasta el pueblo, esta promete ser una autentica pasada.
En Oncins hay un pequeño aparcamiento frente a un bar, esto demuestra que no son tontos los que diseñan las rutas y saben donde terminar una buena jornada de bici. Nos preparamos y comenzamos a ascender metiéndonos enseguida en harina, una vez alcanzamos el monasterio de San Victorián una bajada pedrolera y rápida nos dará una pequeña alegría ya que no volveremos a bajar en mucho tiempo.
La peña montañesa es un macizo largo que no alcanzamos a ver donde lo podemos girar, la trialera termina en un magnífica pista que en un continuo rompe piernas nos deja en el pueblo de la Cabezonada , donde el track nos manda por carretera en continua ascensión hasta Foradada. Rodamos un poco desilusionados, el paisaje es increíble pero hasta hora no hemos disfrutado de nada que haga de esta zona o esta ruta algo que nos entusiasme y tal vez sea esto lo que hace la vuelta a la peña montañesa sea una ruta increíble,ya que justo en el momento en el que el abatimiento, el cansancio y el calor te hacen pensar en dejar la bici y refugiarte en el bar, la ruta se quita el sostén y te muestra sus encantos en forma de sendero, técnico en partes, duro pero ciclable que te hace disfrutar, dibujar la sonrisa bajo las gafas y sentir la turgencia de una peña que comienza a mostrarnos unos encantos irresistible para unos amantes del MTB como nosotros. Una vez giramos para ir en busca del otro extremo de la peña, descubrimos que este lado es el bueno, el que guarda el secreto maravilloso de una ruta que comienza a hacernos tocar el cielo con la punta de nuestros tacos por un sendero infinito bajo cúpulas arbóreas o asomándonos a miradores con unas vistas de montañas espectaculares.
La senda nos da un respiro entre Víu y Cullivert, el rodar se hace más sencillo por una carretera sin apenas tráfico que asciende sigilosa, sin querer incomodarte pero ganando altura hasta Cullivert, un pueblo en donde decidimos parar a comer junto a una fuente y en donde a los pocos minutos llegan dos intrépidos aventureros madrileños los Mozos bike que están recorriendo su particular Transpirenaica. Tras una agradable charla y una vez hemos repuesto con agua fresca las mochilas retomamos la ruta para sufrir una de las subidas más duras de la ruta, por el cansancio acumulado y por lo puñetera que es la pista a la par de espectacular y preciosa. Esta pista nos dejará en lo alto de la colada, es un rompepiernas que por suerte Gonzalo primero y chema después con sendos pinchazos me dieron tregua para descansar y que nos regala una fuente de agua helada y un paisaje de montaña idílico.
Una vez superada La Collada, la pista se transforma en senda, para de nuevo transformase en pista de nuevo y los paisajes se suceden, la luz comienza a ser más tenue, mas calida. Comenzamos a dudar de nuestras fuerzas y la montaña lo sabe alternando bajadas muy rápidas con cortos repechos que a las alturas de ruta que estamos se nos presentan como auténticos puertos. Pero el paisaje a modo de ibuprofeno en vista alivia el agotamiento. La peña nos ofrece sus mejores vistas, sus encantos escondidos entre moles de piedra solo revelados a los que se esfuerzan por recorrer su vientre hasta alcanzar la goma de sus bragas. Y en este punto es cuando la peña te ama, se desprende de su dureza, de sus bragas de lencería fina, te tiende una mano y te invita a disfrutar de un sendero increíble, a disfrutar de su piel desnuda por unas sendas con caídas curiosas, de esas de solo una vez en la vida y después te adentra en lo mas oscuro de su ser, en un sendero trialero que te hace alcanzar el éxtasis, en un recorrido esculpido en la montaña para dioses que disfrutas al extremo, gritando, sintiendo cada paso entre rocas, cada giro espectacular que la peña te brinda en agradecimiento por haberla recorrido, la peña se deja acariciar, mimándote sientes su susurro, su beso que te hace llegar a Oncins en un escalofrío, con la mirada perdida y la sensación de haber recorrido la bajada mas alucinante de tu vida.
Terminamos exhaustos, tendidos bajo las lonas del Bar mientras una coca-cola fría termina de completar el orgasmo de sensaciones que hemos vivido en esta última bajada. Ainsa no es la zona zero es el paraíso prometido para los amantes de las sendas. Que mejor epilogo para esta ruta que los bellos versos Roque Dalton que reflejan en gran medido lo que sentí recorriendo esta ruta Siempre recordaré tu desnudez entre mis manos, tu olor a disfrutada madera de sándalo clavada junto al sol de la mañana; tu risa de muchacha, o de arroyo, o de pájaro; tus manos largas y amantes.
En el siguiente viaje a AInsa, caerá
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