La verdadera jungla no está fuera, quién sabe dónde, sino en la ciudad, en la metrópoli, en aquella compleja telaraña en que hemos transformado la vida, y que sólo sirve para limitar, estorbar o inhibir a los espíritus libres.

Walden Henry Thoreau.

Hay algo en el otoño que me recuerda que todo pasa… Las hojas caen, los días se acortan, y el cuerpo —como la bici— empieza a chirriar si no lo cuidas.

El otoño es la temporada del año que lo relentiza todo. La vida se vuelve más sencilla. Solo estoy yo, mi bici y el sonido del viento frío en las copas de los árboles.

 Creo que hay reside su grandeza, la vida no tiene porque ser tan complicada para tener sentido. A veces es tan sencillo como salir y contar tu historia, rodar tranquilo o simplemente disfrutar de un café en una pausa de la ruta.

La primavera y el verano son velocidad, un ritmo trepidante de hacer cosas y tal vez el otoño sea la forma que tiene la naturaleza de decirnos que paremos, que hagamos lo mismo que ella. Que miremos hacia nuestro interior. Que paremos a repasar lo que llevamos con nosotros y de lo que estamos dispuestos a desprendernos. Ya sabéis esas cosas o hábitos que no nos benefician. Puede que algunas de las cosas que hacemos nos hagan sentir bien en el momento, pero a largo plazo sabemos que no son buenas para nosotros. Esas son las cosas de las que podemos desprendernos ahora mismo, mientras vemos cómo la naturaleza se desprende de sus hojas.

He pasado los 50, y a veces pienso en cuántos kilómetros he recorrido…No solo en la bicicleta, sino en la vida.

En cada subida, en cada bajada, he aprendido que la velocidad importa menos que el rumbo.

A los 20 quería velocidad. A los 30, resistencia. A los 40, logros. Hoy, a los 55, solo quiero paz. Y la encuentro aquí, en cada pedalada, en cada respiro, en cada silencio.

La bicicleta me ha enseñado que no hay camino perfecto.A veces el terreno es duro, el aire sopla en contra. Pero cada pedalada, por pequeña que sea, te mantiene en movimiento.Y eso es lo que cuenta.

En este punto de la vida, busco lo simple. El silencio del campo, un café caliente al final del recorrido, una charla sin prisa con los amigos.Porque al final, eso es lo que llena. no el reloj, ni los kilómetros, sino las sonrisas que quedan en el camino.

A veces pienso que pedalear es como vivir, no se trata de llegar más lejos, sino de disfrutar mientras avanzas. Porque la verdadera meta es aprender a ir más despacio.

Esta semana he visto un video titulado Thoreau tenia razón, lo entendí sobre la bici. Hablaba sobre Walden uno de mis libros favoritos y tiene todo la razón en sus reflexiones.  Cada salida en bicicleta es una pequeña fuga hacia mi propio Walden.

Thoreau se fue al bosque para aprender a vivir de verdad, para escapar del ruido y quedarse solo con lo esencial. Yo no tengo una cabaña junto a un lago, pero tengo mi bicicleta. Y sobre dos ruedas también encuentro silencio, sencillez y verdad.

Cuando pedaleo, la mente se vacía. Las preocupaciones se disuelven en el aire frío. En cada giro del pedal siento que la vida no necesita tanto: solo un poco de movimiento, respiración y camino.

Thoreau escribió: “Fui al bosque porque quería vivir deliberadamente.” Y tal vez yo pedaleo por lo mismo. Para vivir con intención. Para mirar el paisaje sin prisa, para escuchar el sonido del mundo sin filtros, Para sentirme parte de algo más grande que yo.  En el fondo, Thoreau y yo buscamos lo mismo: despojarnos de lo superfluo, volver a lo simple, encontrar en la naturaleza y en el movimiento, una forma de libertad.

La vida, como el ciclismo, se disfruta mejor cuando eliges el ritmo que te hace feliz.